Por Chris Hedges, Truthdig (excavador de la verdad)
Publicado el 19 de mayo de 2009, Impreso el 19 de mayo de 2009
http://www.alternet.org/story/140106/
La adopción del estado de guerra permanente en una sociedad es un parásito que devora el alma y el corazón de una nación. La guerra permanente destruye los movimientos liberales y democráticos. Convierte la cultura en hipocresía nacionalista. Degrada y corrompe la educación, los medios de comunicación y destroza la economía. Los liberales, fuerzas democráticas, embarcados en el mantenimiento de una sociedad abierta, se tornan impotentes. El colapso del liberalismo, ya sea en la Rusia Imperial, el Imperio Austro-Húngaro o la República de Weimar, Alemania, nos conduce a una era de nihilismo moral que aparece en diferentes colores y matices. Despotrica y ruge en una gama de eslóganes, de idiomas y de ideologías. Puede manifestarse en saludos fascistas, en juicios de purga comunistas o en cruzadas cristianas. En esencia, son todos uno y lo mismo, es la cruda y aterrorizante diatriba de mediocridades que alimentan su identidad y su poder en la perpetuación del estado de guerra permanente.
Fue la instauración del estado de guerra permanente – no el Islam- lo que acabó con los movimientos democráticos liberales en el mundo árabe, esos movimientos que encerraban una gran promesa en los primeros años del siglo veinte en países como Egipto, Siria, Líbano e Irán. Y es el estado de guerra permanente el que está destruyendo las tradiciones liberales en Israel y los Estados Unidos. Los trols morales e intelectuales – los Dick Cheneys, los Avigdor Liebermans, los Mahmoud Ahmadinejads- personifican la moral nihilista de la guerra perpetua. Manipulan el miedo y la paranoia. Derogan las libertades civiles en nombre de la seguridad nacional. Aplastan el legítimo disenso. Estafan para quedarse con el tesoro del estado, echan leña al fuego del racismo.
“La guerra es la salud del estado” – comentó ácidamente Randolph Bourne.
En “Pentagon Capitalism”, Seymour Melman describió la industria de defensa como viral. Las industrias de defensa y militares en estados de guerra permanente – escribió- ponen la economía por los suelos. Están en condiciones de desafiar a las prioridades establecidas redireccionando los gastos gubernamentales hacia sus enormes proyectos militares y privando la inversión interna en nombre de la seguridad nacional. Producimos jets de caza sofisticados mientras que la Boeing no puede terminar su nuevo avión comercial en tiempo y forma. Nuestra industria automotriz va a la quiebra. Invertimos en investigación y desarrollo de sistemas armamentistas y negamos tecnologías de energía renovable para luchar contra el calentamiento global. Las universidades se encuentran desbordadas de efectivo y subsidios relacionados con la defensa y luchan para conseguir dinero para estudios ambientales. Esta es la enfermedad del estado de guerra permanente.
El gasto militar en este país, cerca de un trillón de dólares al año, y que consume la mitad de todas las erogaciones discrecionales, tiene un profundo costo social. Los puentes y las represas colapsan. Las escuelas se deterioran. Declina la producción interna. Trillones de dólares en deudas que amenazan la viabilidad de la moneda y de la economía. Los pobres, los enfermos mentales y físicos, los desempleados son abandonados. El sufrimiento humano, incluido el nuestro, es el precio de la victoria.
Los ciudadanos en un estado de guerra permanente son bombardeados con el lenguaje militarizado insidioso del poder, del temor y la fuerza que disfraza una realidad cada vez más frágil. Las corporaciones que están detrás de la doctrina de la guerra permanente – aquellas que han corrompido la doctrina de revolución permanente de León Trotsky- deben mantenernos asustados. El miedo evita que objetemos el gasto gubernamental en un presupuesto militar inflado. El miedo significa que no formularemos preguntas desagradables a aquellos que detentan el poder. El miedo significa que voluntariamente renunciaremos a nuestros derechos y libertades a cambio de seguridad. El miedo nos mantiene pasivos y encerrados como animales domesticados.
Melman, quien acuñó el término economía de guerra permanente para caracterizar la economía norteamericana, escribió que desde fines de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno federal ha gastado más de la mitad del ingreso de impuestos en operaciones militares tanto en las operaciones del pasado, del presente y las del futuro. Es la mayor actividad individual del gobierno. El sistema militar- industrial es un negocio sumamente lucrativo. Es el dorado asistencialismo corporativo. Los sistemas de defensa se venden antes de ser producidos. La fabricación militar tiene permitido cobrarle al gobierno federal los enormes excesos en costos de fabricación. La industria de armamentos es siempre garantía de enormes réditos.
Se concede asistencia económica externa a países como Egipto, que recibe casi 3 mil millones de dólares de ayuda y 1.3 mil millones de ese dinero es para comprar armas norteamericanas. Los contribuyentes financian la investigación, el desarrollo y fabricación de armamento que luego compran a nombre de países extranjeros. Es un sistema circular bizarro. Es un desafío al concepto de economía de libre mercado. Al poco tiempo, estos sistemas de armamentos necesitan ser reemplazados o actualizados. Años después, se transportan a depósitos de chatarra donde se las arruma a merced del óxido. En términos económicos es un callejón sin salida. No preserva otra cosa que no sea la economía de guerra permanente.
Aquellas empresas que reditúan con la guerra permanente no suelen limitarse a las reglas económicas de producción de productos, su consiguiente venta por una ganancia, uso de esa ganancia para posteriores inversiones y producción. Más bien, ellos operan por fuera de los mercados competitivos. Borran la línea que separa el estado y la corporación. Desangran la capacidad productiva de bienes útiles y la producción de puestos de trabajos. Melman utilizó el ejemplo de la Dirección de Tránsito de Nueva York y su asignación en el año 2003 de 3 a 4 mil millones de dólares para nuevos vagones de subterráneo. La Ciudad de Nueva York licitó propuestas pero ninguna compañía norteamericana respondió. Melman sostuvo que la base industrial en Norteamérica ya no se centralizaba en ítemes que mantuvieran o mejoraran o que pudieran usarse para la construcción de la infraestructura de la nación. Con el tiempo, la Ciudad de Nueva York cerró contrato con empresas japonesas y canadienses para construir sus vagones de subterráneo. Melman estimó que un contrato de ese estilo podría haber generado, directa e indirectamente, alrededor de 32,000 puestos de trabajo en los Estados Unidos. En otras instancias, Melman halló que de 100 productos ofrecidos en el catálogo de L.L. Bean, 92 eran importados y sólo ocho se fabricaban en los Estados Unidos.
El ex - senador. J. William Fulbright describe el alcance del sistema industrial-militar en su libro "The Pentagon Propaganda Machine." ( La máquina de propaganda del Pentágono” )(1970). Fulbright explica cómo el Pentágono influye y modela la opinión pública a través de campañas de relaciones públicas multimillonarias, filmes del Departamento de Defensa, estrechas relaciones con los productores de Hollywood y el uso de los medios de comunicación comerciales. La mayoría de los analistas militares en televisión son antiguos oficiales del ejército, muchos de ellos contratados como consultores de las industrias de defensa, un hecho que rara vez se revela al público. Barry R. McCaffrey, un general de cuatro estrellas retirado del ejército y analista militar de la NBC fue simultáneamente empleado de la empresa consultora Defense Solutions Inc. , según lo informa el New York Times. El artículo agregaba que el ex – general, obtuvo réditos por la venta de sistemas de armamentos y la difusión de las guerras en Irak y Afganistán que promocionó a través de las ondas de radio.
Nuestra economía de guerra permanente no ha sido desafiada por Obama y el partído Demócrata. Ellos apoyan su furia destructiva porque los financia. Ellos convalidan sus malignos postulados porque lo contrario sería un suicidio político. Ellos repiten los cuentos del miedo porque eso nos mantiene dormidos. Lo hace porque se han ido debilitando más que las fuerzas corporativas que obtienen ganancias de la guerra permanente.
La vacuidad de nuestras clases liberales, tales como los Demócratas, habilita la ética nihilista. Un estado de guerra permanente significa la muerte inevitable del liberalismo. Dick Cheney puede ser evidentemente malo mientras que Obama es simplemente débil, pero para aquellos que buscan mantenernos en estado de guerra permanente, eso no reviste la menor importancia. Obtienen lo que desean. En "Notes From the Underground" (Memorias del Subsuelo (1864)), Fyodor Dostoievsky, ilustra lo que les ocurre a las culturas cuando las clases liberales- como la nuestra- se vuelven estériles, soñadores derrotados. El protagonista del libro lleva las ideas del liberalismo en decadencia a su extremo lógico. Se convierte en el ideal del iluminismo. Se abstiene de pasiones y propósitos morales. Es un racionalista que incluso frente a la auto-destrucción, alaba el realismo por sobre la cordura o la sensatez. Esto fue lo que condenó al Hombre del subsuelo, al igual que condenó a la Rusia Imperial y como nos condenará a nosotros.
"Nunca logré convertirme en nada, ni bueno, ni malo, ni un sinvergüenza ni un hombre honesto, ni un héroe ni un insecto” -escribe el protagonista – Y ahora, estoy viviendo mi vida en mi rincón, burlándome de mi mismo con el consuelo rencoroso y totalmente inútil que es imposible, incluso para un hombre inteligente llegar seriamente a ser alguien, sólo los idiotas llegan. “I never even managed to become anything: neither wicked nor good, neither a scoundrel nor an honest man, neither a hero nor an insect," the Underground Man wrote. "And now I am living out my life in my corner, taunting myself with the spiteful and utterly futile consolation that it is even impossible for an intelligent man seriously to become anything, and only fools become something."
Son esos los idiotas que nos han arrastrado al mundo de la guerra permanente Permitimos a esos idiotas destruir la continuidad de la vida, desgarrar todos los sistemas que nos preservan – económico, social, ambiental y político. No era la maldad lo que afligía a Dostoievsky sino la sociedad que ya no tenía la suficiente fortaleza moral para confrontar a los idiotas. Esos idiotas nos están guiando al precipicio. Lo que renacerá de las ruinas no será algo nuevo sino el rostro del monstruo que hasta entonces ha permanecido escondido detrás de la fachada.
Sitio orientado a promover el estudio y la aplicación de la no violencia activa como medio de solución de conflictos personales y sociales.
lunes, 25 de mayo de 2009
La enfermedad de la guerra permanente
Publicado por Juan en 21:22
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